Historia de la cocina

PRÓLOGO

 

Ningún tonto se queja de serlo; no les debe ir tan mal.

Anónimo.

 

Este libro, que como podrán observar no tiene ni pies ni cabeza, aparentemente, posee en cambio la insuperable ventaja de que puede empezar a leerse por donde a ustedes les parezca bien sin que pierda un ápice de su interés, si es que en realidad lo tiene.

¡Nada más lejos de mi intención que obligarles -sobre todo en estos tiempos de lo políticamente correcto, el buen rollo y las ONG que defienden cualquier chirimbolo siempre que sea moderno y minoritario- a una cosa tan fuera de lugar como empezar por el principio! Tamaña desconsideración sería tanto como alienar la divina libertad de todos los hispanoparlantes, especialmente los que leen a diario en español de España y, preferentemente nacidos en el territorio nacional español, antes conocido como la Piel de Toro, y que ahora es una especie de colcha hecha de retazos en los que la lengua castellana, que pronto será la segunda más hablada en los EEUU según las previsiones de los expertos, está pasando de puntillas a un triste segundo plano en su lugar de origen, empujada políticamente por dialectos, perdón, quiero decir lenguas o idiomas, habladas en total por un poco más de cuatro millones de personas. Al menos se puede asegurar que este libro, por esa cualidad de poder empezarlo a leer por donde los ovarios, internos o externos, de cada lector o lectora decidan, miembro o miembra de la comunidad de leyentes se diría en la actualidad desde la modernidad más ignorante, ya tiene un parecido notable con un bestseller: Las páginas amarillas de Telefónica.

De este modo, tan cortés y antes que nada respetuoso con el forro de los mismísimos, o mismísimas, de quien lo quiera leer, comprado o pirateado de internet, según se haga uso de la libertad que disfrutan algunos, con derechos y sin obligaciones, en esta obra brindamos la posibilidad de que, si alguien se siente seducido por una parte específica de la historia de la cocina, no tiene más que abrir el libro por las páginas dedicadas a ese segmento en concreto y, ¡oh milagro!, puede ahorrase el resto de la lectura concentrándose sólo en aquello que le interesa y despreciando el texto que no le resulte sugestivo, o no pueda manipularlo para que sirva a sus fines personales. Esta forma de emplear los textos no es ninguna novedad ya que, a diario, podemos ver cómo alguno, por no decir casi todos de entre nuestros más encumbrados personajes públicos, lo hace sin rubor a la hora de citar leyes, artículos, estatutos o reescribir la historia si es menester.

También es necesario advertir a los padres de que procuren no dejar este libro al alcance de sus hijos adolescentes pues, a pesar de ser considerablemente instructivo, contiene pasajes que pueden herir sus tiernas mentes tan poco acostumbradas a la violencia, el lenguaje procaz y la chocarrería.

Bueno, para ser totalmente sincero, en realidad el verdadero motivo no es ése; sucede que, en un mundo como el actual en el que la información está al alcance de cualquiera, a todos nos halaga el tener entre las manos una obra escrita especialmente para gente de nuestra edad y, además, como segunda intención, conseguir que sea una obra muy leída por los adolescentes; es suficiente que los padres prohíban la lectura de este libro para que los hijos lo lean a escondidas.

Así, entre unas cosas y otras, a lo mejor, conseguimos que este trabajo sea leído por una gran cantidad de personas lo que se traducirá en algún dinero en concepto de derechos de autor, si es que los ejecutivos de la SGAE, aceptan la escritura de libros como una actividad creativa. Desde luego no pretendo comparar la tediosa labor de investigar y escribir en correcto castellano, con la refinada cultura que nos venden unos señores aullando “¡puta sociedad!” en un tétrico escenario, más pensado para una película de terror de clase B, o con la que intenta desasnarnos alguna señora de buen ver enseñando su coqueta ropa interior mientras observa el micrófono con lúbrico afán ¡En ningún momento me atrevería a comparar el arte de tan elegantes creadores, con el ramplón oficio de escribir! ¡Dios me libre de tamaño desmán!

Por último, un consejo para todos. En cada hogar deberían comprar dos ejemplares de este libro, y no crean que lo digo por vender más, ni por las excepcionales cualidades educativas del mismo, que las tiene; afirmo esto porque se ha diseñado cuidadosamente con el grosor científicamente exacto para que un niño de corta edad sentado sobre dos volúmenes, llegue con comodidad al teclado del ordenador.

No se preocupen si el niño pone el culo encima del ejemplar encuadernado con sumo cariño porque el texto, de este modo, estará más cerca del destino final de las comidas más exquisitas. Y no crean que sentarse encima de un libro pueda considerarse una falta de respeto; al fin y al cabo, tanta gente se ha pasado la historia por el culo en los últimos siglos y algunos cocineros hacen lo propio con la buena cocina, que sus hijos no pueden ser irrespetuosos si actúan del mismo modo que algunos estudiosos de la historia y unos cuantos cocineros.